Se
está imponiendo entre los nacionalistas la costumbre de llamar
fascistas a quienes se les oponen. Lo dicen y se lo creen.
La
ilustración que ofrece la wikipedia sobre el asunto no les gustará
a esos: “su
base intelectual plantea la sumisión de la razón a la voluntad y la
acción, aplicando un nacionalismo fuertemente
identitario con componentes victimistas
o
revanchistas que conducen a la violencia
ya
sea de las masas adoctrinadas o de las corporaciones de seguridad del
régimen contra los que el Estado define como enemigos por medio de
un eficaz aparato de propaganda,
aunado a un componente social interclasista, y una negación a
ubicarse en el espectro
político
(izquierdas
o
derechas),
lo que no impide que habitualmente diferentes enfoques ideológicos
proporcionen diferentes visiones del fascismo.”
Lo
que consiguen los nacionalistas es que los mejores, si pueden, se
vayan del
sitio que aman, para no sentir la pena de ver hasta qué punto es
degradado por la acción de esos egoístas que no miran más que por
su propio interés particular. Dos
grandes catalanes, Félix de Azúa y Albert Boadella, se han ido de
Cataluña.
Le
sucede lo propio en el País Vasco a Rosa Díez, cuyo partido, UPyD,
es el único que
defiende de manera inequívoca a las víctimas del terrorismo.
Agradecidos le están los vascos de bien. De los otros más vale no
hablar.
Fue
Gorka Maneiro quien protestó porque uno
de esos que no deberían estar en la política española, como
dictaminó el Supremo, llamó fascista a Borja Sémper. Ante
la inoperancia de la presidencia de la Cámara, que no lo “escuchó”,
protestó
Gorka Maneiro, en un gesto que lo enaltece. La
presidencia, en lugar de disculparse, le mandó callar. Hasta
estos extremos de vileza llega esta democracia que estamos
construyendo los españoles, con la ayuda del Tribunal
Constitucional. Y
luego, esos que están y no deberían estar, tratan de desprestigiar
a UPyD, porque les dice las verdades del barquero.
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