En
esta vida cada cual se jacta de lo que puede, aunque también los hay
que no se jactan de nada, o al menos de nada que sea estúpido.
En
el caso concreto de los Pujol, el padre se jactaba, y no sé si lo
sigue haciendo de que aquellos catalanes a los que llevó a la ruina
le votaron. Se le notaba muy satisfecho de ello. Al resto de los
españoles, a los que odia tanto, tampoco debió de salirnos barato
el rescate de la Banca Catalana. Y a pesar de eso no son pocos los
españoles que le consideran un gran estadista. No cabe duda de que
algunas habilidades sí que tiene, porque a pesar de que ha hecho
mucho daño, y las consecuencias del mal que ha hecho durarán
bastante, los hay que aún se empeñan en verlo como a un señor
educado. Él nunca hubiera hecho lo que su hijo, dicen. Pero no le
habrían faltado ganas, cabría contestar.
Los
deseos reprimidos se transmiten muy bien a la prole. El hijo de uno
cuyo despacho siempre estaba muy desordenado es un fanático del
orden. Sin duda que el padre añoraba ese orden que no era capaz de
lograr. El hijo de otro que jamás fue capaz de capaz de dar rienda
suelta a su odio en sus escritos, no disimula el odio a los enemigos
de su padre.
El
hijo de Pujol, que dicen que es muy obsesivo, no sé eso tendrá que
ver con el nacionalismo, pero me da que sí. No se puede decir nada
bueno del nacionalismo, esa es la verdad.
Presume
el tal Pujol hijo de haber comprado los cinco mil pitos con los que
se pitó al Rey en un partido de fútbol. Y está muy contento de su
hazaña. Si llega a escribir el Quijote, ¡cómo estaría! Ah, no,
que el Quijote lo escribió un charnego.
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