Hay
monjas que se dedican a la política. Y también hay quien ve la mano
de Dios por todas partes. Tú no la ves, pero yo sí, me dicen.
Tendré que ir al oculista, quizá. O a lo mejor no. ¿También está
la mano de Dios detrás de la monja Forcades?
Hay
monjas a las que les afecta la fiebre de la fama y lo dan todo por
ella, ¿o quizá sea el asunto tan sencillo como que les gusta hacer
el mal?
En
cambio, en las páginas de El Mundo me he encontrado con una monja a
la que no solamente le gusta hacer el bien, sino que sabe cómo
hacerlo. Y además lo viene haciendo de un modo que no tiene
repercusión mediática. La única recompensa que recibe es ver cómo
sus esfuerzos logran resultados.
La
monja se llama Adela Blanes, y el hecho de hoy salga en la prensa no
va a evitar que mañana nadie se acuerde de ella, porque lo suyo no
es la labor estruendosa, y estéril, por decirlo de modo suave, sino
el bien hecho de forma callada y sumamente inteligente.
Pasa
de los ochenta años y vive en un pueblo de Egipto. Comprendió que
para cambiar a un pueblo hay que centrarse en las mujeres, que son
las que están en casa todo el tiempo. Había que convencerlas de que
tenían costumbres altamente nocivas. La de la ablación del
clítoris, lo que las mujeres se casen siendo niñas. Etc.
Haber
evitado una sola ablación ya justifica una vida. Haber evitado que
una mujer se case a los once años ya justifica una vida. Si esta
monja ha conseguido erradicar esas costumbres en un pueblo ya ha
hecho bastante más por la humanidad que muchos de los que van
presumiendo por el mundo.
No
se nos da la vida para que logremos la fama.
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