miércoles, 17 de octubre de 2018

La reprobación del Rey

Cualquier demócrata que se precie, y no uno de boquilla, de los que tanto abundan, sabe que la reprobación del Rey por parte del parlamento regional catalán (Inés Arrimadas lo nombra de otro modo, dándole más prestancia, más empaque, más solemnidad) no es más que una gamberrada al pueblo español. Gamberrada que califica como gamberros a quienes la llevaron cabo.
El asunto es tan obvio que el propio presidente del gobierno, a pesar de que es muy simple, se dio cuenta y trató de salvar la cara anunciando medidas legales. Naturalmente que no tiene prisa en hacer efectivas esa ‘contundente respuesta’, puesto que es rehén de los golpistas y títere de Pablo Iglesias, al que le interesa socavar la institución monárquica.
Lo propio habría sido que suspendiese la Autonomía catalana inmediatamente, pero eso habría significado que tendría que abandonar la presidencia del gobierno, y eso sí que no, piensa el pájaro.
Hasta tal punto están llegando las cosas que el barbado Torrent, «que no se ve en la cárcel», según confesó, está dando pasos en dirección a la cárcel, debido, sin duda, a ese mismo sentimiento de impunidad que llevó a presidio a los que ya están. Cuando se dieron cuenta ya no tenían escapatoria. Bueno, sí. Se conoce que Puigdemont se había enterado de las aventuras de Dencás y de los avatares de la etarra de las mariscadas, protegida de la (in)justicia belga.
Pues hay fulanos que están en la cárcel y a pesar de que la fiscalía va a pedir penas de cárcel muy altas para ellos, últimamente se están envalentonando mucho, quizá porque piensan que sea cual sea la pena este gobierno los va a indultar.
También los fugados hacen cábalas sobre sus posibilidades y empiezan a vislumbrar que es posible que su futuro sea más halagüeño de lo que imaginaban hace tan solo unos meses. Con este gobierno cualquier disparate es posible.

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