En términos generales, el cogollo del
meollo de burguesía catalana, los de cebolla que dicen ellos, se ha
dedicado a estimular, financiándolo con dinero del resto de España,
toda esa locura pancatalanista tan ridícula como trágica.
Como resultado, se han roto familias,
amistades, sociedades, se ha envilecido a la población y se ha
arruinado mucha gente. Periódicos tradicionales y de altos vuelos se
han convertido en panfletos; periodistas a los que daba gusto leer se
dedican ahora a hacer sopa, cuando no al pasteleo.
Han atontado a la gente de tal forma que
han conseguido que muchos voten en contra de sus propios intereses,
dando el voto a formaciones políticas que quieren su perdición.
Y mientras los trabajadores van al paro,
o irán en los próximos tiempos, los ricos catalanes son cada vez
más ricos. Si las cosas vienen mal dadas, sacan la sede social de
sus empresas de Cataluña, poniendo a salvo con ello su patrimonio.
Los trabajadores están atrapados, no tienen tanta facilidad para
desplazarse de un lugar a otro y por todo patrimonio muchas veces no
tienen más que la fuerza de su trabajo. Si no obtienen un contrato
en otro lugar no se pueden ir y a veces ni así.
Ellos son cada día más ricos y es lo
único que parece importarles. No les preocupa haber obnubilado las
mentes de muchos, sino que se sirven de eso para seguirlos
utilizando. Los han obnubilado haciéndoles creer que el dialecto
catalán, ese invento de Pompeyo Fabra, de hace cien años
aproximadamente, es algo así como la madre de todas las lenguas, y
que incluso el Quijote fue escrito originariamente en catalán. Hacen
creer a los crédulos que España es una nación pérfida que se lo
roba todo, cuando es exactamente al revés. Ellos, no los catalanes
sino los catalanistas se apropian de todo. Del Siglo de Oro
Valenciano, por ejemplo.
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