sábado, 23 de febrero de 2019

Arrimadas a Waterloo

En la política nacional se lucha barrio por barrio, casa por casa, habitación por habitación, y quien se duerme pierde su escaño. No basta con ser un honrado y eficiente gestor, hay que lograr la fama para obtener el favor de los electores.
En este sentido, Inés Arrimadas ha dado con un estribillo que a ella le funciona muy bien: «La república no existe, señor Torraaa», esgrimiendo una risa y empleando un tonillo con los que da a entender que considera que el tal Torra está ido, y lo cierto es que no parece que esté en sus cabales.
En vista del éxito, quiere explotarlo en Europa, y especialmente en esa parte de Europa que se llama España, desplazándose a Waterloo para decirle algo parecido a ese prófugo que atiende al nombre de Puigdemont y al que los suyos le llaman el Mocho. O sea, Arrimadas quiere acrecentar su fama a costa de Puigdemont, cosa que a éste le viene muy bien, porque a lo que tiene pánico es a que lo olviden. No lo podrán olvidar nunca, cada vez que alguien empuña un mocho de verdad, o sea, un mocho útil, se acuerda de ese inútil.
El anuncio del viaje de Arrimadas no ha sentado bien en muchos sectores, porque en política lo que es bueno para unos es malo para otros. Nada que ver tiene el asunto con lo que es bueno o malo para los ciudadanos, sino que hay que entenderlo como exclusivamente relacionado con los intereses de los políticos y sus partidos.
Si los ciudadanos votaran coherentemente y tras analizar concienzudamente las distintas opciones todo sería distinto. Pero como todo funciona como en un circo, en función del espectáculo que ofrece cada uno y aquí el que no hace trampas está perdido, el viaje a Waterloo es una estrategia más sensata que otras, como las de Pedro Sánchez, por ejemplo.

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