Eso
dice en su artículo de hoy, titulado El guerrero urbano, en el que
habla de un tal Lose. Ignoro si Pérez-Reverte ve algo en la suya.
Particularmente, no soy de los que le denigran ni tampoco de los que
le aplauden, pero dejo constancia de que a veces cuenta cosas que
merecen la pena y en otras ocasiones se despacha con simplezas.
Con
respecto al personaje que alaba hoy, la verdad es que no me interesa.
El sujeto tiene cualidades, pero yo prefiero otras, como la
abnegación, la discreción o la elegancia.
Tampoco
estoy de acuerdo con Pérez-Reverte en que sea difícil leer caras.
Para hacerlo correctamente tan solo habría que desprenderse de
prejuicios. Si se diera este caso, si la gente pudiera dejar
olvidadas en alguna parte esas gafas con cristales de colores, se
daría cuenta, en el caso de los votantes catalanes, que en Arturo
Mas priva la determinación. Cuando se le mete una cosa entre ceja y
ceja, no hay quien lo frene. Es peligroso. Si los votantes de
Junqueras o los admiradores de Rahola, tuvieran un instante de
lucidez, el mundo mejoraría mucho. Los que votan a Sánchez-Camacho
se avergonzarían. Hay uno que vive en un hotel, que es muy pillo y
otro que es abogado de una hija del Rey. En Cataluña, sólo Albert
Rivera podría pasar un examen de este tipo.
Zapatero
es el chico educado e inconsciente; Pepiño tiene pinta de
despabilado; Leire Pajín, de inconsciente pagada de sí misma;
Rubalcaba, con un poco de imaginación, se parece a un faisán; Rajoy
quiere parecerse a una esfinge pétrea, pero no puede, quizá porque
tiene la cara muy dura; Cospedal tiene una meta, que todo el mundo
adivina y Soraya quiere parecer buena chica; Montoro, con su sonrisa
cínica, pretende hacer el cambiazo, pero todo el mundo se da cuenta;
Soria, con su seriedad, intenta disimular su incompetencia y,
también, su impotencia.
Hay
otras caras de otras personas que no son políticos ni delincuentes.
Quizá merezcan la pena. Yo tampoco sé leer caras.
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