La
Navidad es una fiesta cargada de emociones y de buenos deseos. Es
eminentemente solidaria y de ahí la costumbre de felicitar a los
amigos y conocidos. Pero también se puede ser solidario con gente a
la que no se conoce de nada.
Hay
tarjetas de navidad muy bellas de muy escaso precio. Y hay otras
tarjetas que además de que su precio es escaso se hace un bien
comprándolas. Tal ocurre con la de la Asociación
de Pintores con la Boca y con el Pie.
Quien
manda estas postales demuestra, en primer lugar, que tiene buen
gusto. Son hermosas y delicadas.
En
segundo lugar, se solidariza con unas personas cuyo mérito es
enorme. Estamos hartos de leer biografías de tipos admirables, que,
por lo general, presumen de haberse hecho a sí mismos, y que han
logrado un éxito formidable. Ahora bien, estos triunfadores, y lo
pongo sin comillas, porque algunos de ellos son realmente admirables,
¿han dado en compararse con los pintores que pintan con la boca o
con el pie? ¿Se les ha ocurrido calibrar el esfuerzo que ha hecho
cada uno? Y ya no se trata tan sólo del esfuerzo, sino que además
han tenido que cultivar el gusto y el optimismo. Porque esta es otra.
También triunfan los libros de autoayuda. Cuántas lecciones podrían
dar estos pintores y qué triste resulta que la humanidad se preste a
admirar a cantamañanas y desperdicie el caudal de enseñanzas que
pueden ofrecer estas personas tan valiosas.
Hay
personajes descerebrados que viven del cuento, porque tienen una
cantidad ingente de seguidores. Cabe la posibilidad de que uno sólo
de estos descerebrados gane más dinero que mil de estas personas
cuya valía es auténtica. Comprar sus postales también es hacer
justicia. Es intentar que el mundo sea mejor.
También
están esos cuyo negocio consiste en señalar a otros como enemigos,
y mientras tanto se llevan el dinero. En lugar de hacer caso a esos,
es mejor que busquemos la amistad de todos, y especialmente en
quienes de verdad merecen el aplauso.
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