El
asunto, se mire por donde se mire, es estrambótico. Hay una banda
que ha matado, mutilado y secuestrado, y ahora dice que en adelante
se portará bien y el presidente de un partido caracterizado por su
obsesión en recoger nueces se ofrece como garante de que será así.
Al
leer esta noticia he querido repasar la biografía de Gregorio
Ordóñez, como podría haber hecho con la de cualquiera de quienes
han sufrido en sus carnes la violencia etarra. Tengo el libro Vidas
rotas. Y yo le recomendaría a ese Urcullu que lo comprara
también, y no sólo eso, sino que además lo difundiera por todas
las ikastolas y casas de cultura del País Vasco.
Supongo
que el interés de Urcullu por Gregorio Ordóñez y los que como él
sufrieron la bestialidad de los etarras no es muy grande. Si lo
fuera, no hubiera ido a la manifestación del Día del Orgullo
Criminal Vasco.
¿Para
qué necesitará el gobierno un garante de este tipo? Diríase que
Urcullu nos toma por tontos, pero lo que ocurre es que, en realidad,
los destinatarios de su oferta no son aquellos a los que
supuestamente se dirige, sino a esa otra masa contaminada de
ignominia y podredumbre que corea los eslóganes más abyectos, las
consignas más depravadas. Como esos tipos tan viles votan, resulta
que Urcullu y otros impresentables tratan de pescar en ese caladero
de votos.
El
citado ofrecimiento de Urcullu es indigno en sí mismo, pero eso es
obvio que a él no le importa. Quienes realmente tengan interés en
la ética podrían enfrascarse en la lectura de Mal
consentido, un libro que, junto con el anterior, debe de
producirles urticaria a todos esos que acompañan, de forma descarada
o encubierta, a los etarras.
Hay
columnistas que insultan impunemente a las víctimas del terrorismo.
No se entiende que sus periódicos publiquen esas infamias.
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