Cuenta
que Jenofonte se percató de que unas trirremes tardaban el doble que
otras en hacer el mismo recorrido. Los remeros de las que empleaban
menos tiempo llegaban agotados, pero felicitaban al cómitre; los que
tardaban más, estaban más descansados, pero también más enfadados
y disconformes con el cómitre.
Es
cuestión de liderazgo, concluye, y yo opinio como él. Cuando
Zapatero, había liderazgo. Una gran cantidad de gente creía en él.
Mentía sin parar. Bueno, no mentía. Zapatero siempre es sincero.
Aunque parezca un pareado es una verdad. Zapatero podía decir una
cosa, al día siguiente la contraria, y al otro volver a cambiar de
opinión, pero siempre con absoluta sinceridad. Zapatero era un líder
que llevaba a todos al precipio, pero era un líder. Sonríe siempre,
y si pudiera volvería a ponerse al frente de las masas para que, por
fin, cayera todo el mundo sin remedio al fondo de lo más hondo.
Rajoy
es el antilíder. No hay nadie que crea en él, salvo él mismo, que
ve que va ganando. Casi todos perdemos, pero él gana. Estamos
viviendo una situación que requiere liderazgo y unidad, y ni hay
líder, ni mucho menos unidad. Por si la situación no fuera
bastante grave, los líderes autonómicos son a cada cual más
egoístas e inconscientes, y alguno que otro está como una cabra.
El
recurso que ha utilizado un antilíder como Rajoy es entregar a la
mayoría de la población, atada de pies y manos, a los oligarcas. De
modo que cuando dicen que hay brotes verdes, hay que tener en cuenta
que eso es cierto, pero también que se los comen ellos.
De
modo que así estamos. Sin líder, con presidentes autonómicos que
dan pena, y en manos de unos oligarcas dispuestos a aprovecharse por
completo de las ventajas que se les han dado.
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