Teóricamente,
todo el mundo está en contra de la impunidad. Y digo teóricamente,
porque algunos dan la impresión de que la quisieran para los suyos.
Lo
deseable, y exigible, es que la Infanta no tenga privilegios ante la
ley. Pero querer someterla a otras penas, como la citada del paseíllo
entra en el campo del sadismo. Ha ocurrido con otros y en algunos
casos los acusados han sido absueltos, pero lo que han tenido que
sufrir con el paseíllo, o pena del telediario, no se lo quita nadie.
Que
lo hayan sufrido otros no significa que sea justo, sino que hay gente
morbosa. Empeñarse en que la Infanta tenga que pasar por ese trance
entra dentro de ese campo.
Es
lamentable que las cosas hayan llegado a estos exremos. Es obvio que
los controles que debe tener un Estado democrático han estado
fallando durante muchos años. Pero ningún gobierno se siente
responsable.
También
han fallado los controles a los que teóricamente están sometidos
los bancos y las cajas de ahorros. Esa falta de control nos ha salido
muy cara a casi todos. Digo a casi todos porque a los responsables no
les ha salido tan cara. Los bancos que tienen negocio en el
extranjero han podido hacer creer que ellos no metieron la pata, pero
han subido las comisiones. Los que no tienen negocio en el extranjero
y sobreviven lo pasan peor. Los directivos responsables del
desaguisado, por lo general, se han forrado. Está por ver que alguno
o algunos de ellos vayan a la cárcel y por cuánto tiempo.
Los
que tenían que vigilar, y cobran de los españoles para eso, se han
salido de rositas. En el caso Millet, que es un buen ejemplo porque
duró mucho tiempo, ninguno de los que teóricamente debían
controlar el dinero de los impuestos ha recibido ningún castigo.
O
sea, que una cosa es pedir que la ley sea igual para todos y
funcione, y otra ensañarse con un personaje.
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