viernes, 12 de enero de 2024

¡Danzad, danzad, malditos!

 

Con ritmo frenético, acompasado, enloquecido a ratos, vehemente siempre, ejecutan el ritual de la danza alrededor de la hoguera de las vanidades, inconscientes, sin comprender lo que están haciendo, se vanaglorian de sus éxitos, muestran desnudos sus egos, desorbitados, exagerados, se acarician y se aplauden entre sí, sin pretender la justicia (y en todo caso sería la justicia social -el adjetivo, cuando no da vida, mata-), indiferentes al dolor ajeno, intentando reptar hasta lo más alto del campanario más alto, para creerse superiores al resto, lejos de su alcance está comprender que la categoría más alta que puede alcanzar un ser humano es la de víctima inocente (las víctimas que les importan son quienes se han buscado esa condición con sus actos terroristas, con las que se hermanan y a las que intentan ayudar, denigrando a sus víctimas a las que intentan catalogar como terroristas), y danzan alrededor del fuego en el que han de arder sus fatuas pretensiones, sus sueños pueriles que intentan alcanzar utilizando más la capacidad de maniobra que el esfuerzo, aunque este no falte, y la rectitud, que falta siempre.

Esa danza no es más que el reconocimiento del propio fracaso, por el temor a seguir al pensamiento hasta donde este lleve, como sí se atrevió a hacer Sócrates, que sí alcanzó la gloria sin pretenderlo, sin querer más que ser fiel a sí mismo, arrostrando las consecuencias y la incomprensión de los cobardes que no ser capaces de hacer lo mismo se volvieron contra él. ¿Puede imaginar alguien lo que habrá sido de ellos en el Más Allá? Es que no existe, alegan con voz campanuda. Están seguros de que no existe y por eso actúan de forma cobarde y caprichosa.

Desde Sócrates de sabe que los valores son inmutables. Dijo Felipe González: «En democracia, la verdad es lo que ciudadanos creen que es verdad». No es cierto, Felipe González no es nadie, y quienes actúan como si Sócrates no hubiera existido nunca tampoco lo son.

Pueden seguir danzando hasta que hayan ardido todos.

Esos libros míos


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