Al contrario que el discurso de Milei, que se puede matizar más o menos, o discutir parcialmente, pero que en términos generales está muy fundado y sus resultados contrastados, el discurso de Sánchez no tiene base alguna, ni tampoco él sabe lo que dice. El negro que se lo haya escrito, o negra, ha intentado, sobre todo, complacerlo. Pero llevar a la práctica lo que pretende no puede ser más que catastrófico, como todo lo que hace.
El problema de Sánchez es que si le quitan el cargo ya no es nadie, ni sirve para nada tampoco. Y es tan corto que piensa que conseguir lo que se propone, a costa de lo que sea, es triunfar (puede darse el caso de que Felipe González o Page de tanto jugar a ser díscolos un día se les vaya la mano en el juego y rompan la baraja sin darse cuenta).
Salvo sorpresa mayúscula, España no es Venezuela, ni Cuba. Estas son naciones jóvenes. España es una nación vieja que ha pasado a lo largo del tiempo por trances muy duros y ha sabido soportarlos, porque aunque los que manden sean tan pedestres como Sánchez o Fernando VII, que se disputan el título de Felón, el alma nacional tiende a las alturas, como sabe cualquiera que haya leído el Quijote.
Son muchas aventuras corridas todos juntos, muchas proezas llevadas a cabo, mucho dolor, para que ahora unos cantamañanas sin más mérito que su desvergüenza y falta total de escrúpulos puedan romperlo todo.
Dicen que Sánchez se está procurando acomodo internacional, para saltar allí desde España. Es posible que sea cierto, en vista de que aquí no es bien visto. No goza de fervor popular, como sí es el caso de Ayuso. Pero el problema que presenta esto es que en cuantos más sitios lo conozcan, en menos podrá estar.
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