Tenía
que llamar perentoriamente a Correos. Ha sido en la propia oficina de
ese organismo estatal en donde se me ha dado el número, que, por
otra parte, es el mismo que figura en todas las guías telefónicas y
en su propia web.
Puesto
que todavía estamos en el Estado del Bienestar, no hay forma humana
de que alguien coja el teléfono que se me ha dado. Es muy probable
que cuando entremos en ese Tercer Mundo al que nuestras oligarquías
políticas y financieras nos dirigen a marchas forzadas las cosas
cambien.
El
problema, no obstante, es otro. En varias ocasiones, ONO, que es mi
proveedor telefónico, me ha lanzado un mensaje equívoco. Después
de haber sonado unas cuantas veces me decía que no podía hacer esa
llamada porque tengo algunos números restringidos. A la segunda vez
que me ha dicho eso, he querido llamar a ONO para aclarar este
extremo, y aquí empieza el calvario.
La
prepotencia con que esta empresa telefónica trata a sus clientes es
digna de estudio. Yo tenía prisa por hacer la llamada (finalmente,
un amable empleado de otra oficina de Correos, después de varios
intentos por su parte, ha optado por darme una dirección electrónica
y he utilizado esa vía, espero que fructíferamente y dentro del
plazo). La cuestión es que para hablar con alguien de ONO hay que
sortear primero a una serie de robots y escuchar unos cuantos spots
publicitarios, y mientras tanto el tiempo pasa, la desesperación
sube y la indignación aún más. Finalmente, ha resultado que no
tengo ningún número restringido y entonces no sé por qué sale
aquel mensaje.
Todo
esto lo consiente el ministro Soria. ONO es una empresa privada y
puede actuar como le dé la gana, pero el ministro dicta las normas a
las que deben ajustarse las empresas.
El
semblante severo, con el que el ministro se fotografía a veces, no
le hace más respetable. Lo será cuando respete y obligue a respetar
a contribuyentes.
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