Alega la directora del Centro de Política
Europea de la Universidad de Copenhague que Puigdemont tiene montado
un circo y añade después que no fue invitado, sino que fue él, o
su entorno, quien mendigó su actuación en ese Centro.
No tenía ninguna obligación aceptarlo y
tampoco debió haberlo hecho, puesto que el sujeto ese sólo piensa
en hacer daño, concretamente a Cataluña, a la que está poniendo a
la altura del betún. Quizá a la buena señora, o a su universidad,
les apeteciera la posibilidad de ser noticia fuera de sus fronteras,
pero esta es una opción mezquina. Quizá por ello, para que no se
notara que su gesto no era correcto, acorralaron al imbécil al que
habían dado hospitalidad y con ello desviar la atención hacia este
aspecto del caso. En las declaraciones posteriores han puesto verde a
su invitado, pero sin tener en cuenta la intención aviesa de este,
descubierta por el juez Llarena, ni el daño causado. El prestigio de
Cataluña, y por consiguiente de España, está cada vez más bajo.
Puigdemont es un pájaro de cuenta que no
tiene idea buena y además es muy cobarde. Si se atrevió a ir a
Copenhague es porque se sabía a salvo. Debe de haber un equipo
jurídico, que a lo peor pagamos todos los españoles, que examina
las posibilidades de un prófugo de la Justicia y diseña estrategias
para que pueda engañar al Estado, o sea, a todos los españoles.
Si no ha huido, o intentado huir, a un
país con el que España no tenga tratado de extradición cabe
achacarlo únicamente a que mientras esté en Bruselas su
mantenimiento correrá por cuenta ajena, o sea, que no tendrá que
ganarse la vida, pero en el momento en que le digan que ya no le van
a dar ni un céntimo más, por supuesto que intentará la fuga.
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