Toni Soler ha trabajado toda la vida para
los independentistas, por tanto su mente se ha ido adaptando desde el
principio a las ideas de quienes le daban de comer.
A estas alturas, su pensamiento ya está
absolutamente deformado, como lo prueba la pregunta que lanzó por
Twitter: «¿Querer que un trailer atropelle sucesivamente a todos
los miembros del Supremo es delito de odio?»
Pues yo no sé si será delito, pero muy
buenos sentimientos no revela, ni tampoco mucho conocimiento, pues
pone de manifiesto que aunque viva en la civilización en realidad es
un salvaje que está por desbravar. Hace más de mil años que
existe el Tribunal de las Aguas de Valencia y desde entonces todas
sus resoluciones se han cumplido. La civilización llegó al Reino de
Valencia hace más de un milenio, mientras que una gran parte de la
población de Cataluña todavía no se ha enterado de que sin el
respeto a la ley no hay civilización, ni tampoco democracia.
Al decir eso, Toni Soler incitó a otros,
igual de cerriles que él, a sentir el mismo odio, sentimiento este
que las personas cultivadas procuran apartar de sí, pues veneno para
quien lo siente y para la sociedad en la que vive.
El nacionalismo se nutre del odio, de la
mentira, de la tergiversación, de las amenazas y de la coerción,
moral o física, por tanto, dados los ambientes en los que se mueve
este personaje catalanista, se entiende su rebuzno.
Muy cerca de sus tesis andan ciertos
rufianes, que militan en un partido que acoge a antiguos componentes
de la banda terrorista Terra Lliure, y en cuyas oquedades craneanas
se adivina, sin esfuerzo alguno y con escaso margen de error, que hay
mucho serrín. Lanzan soflamas incendiarias que incitan a odiar a
quienes prefieren la civilización a convertirse en esclavos de sus
caprichos (los de los dirigentes nacionalistas). Es un error que
estos rufianes puedan dedicarse a la política, teniendo tan pocas
luces y ninguna vergüenza.
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