Duelo de rufianes, cabría decir y espero
que ningún otro rufián se cabree por tildarlos de esta manera.
Ambos estaban convencidos de su
impunidad, porque de otro modo no habrían llegado tan lejos, como se
desprende de los titubeos que tuvieron a última hora, cuando ya no
tenían marcha atrás y quisieron presentar las cosas de otro modo.
Tropecientos millones nos ha costado la broma a los españoles,
además de los destrozos causados, que se pueden cuantificar en un
importe mil veces mayor.
«Que no subestimen la fuerza del pueblo
de Cataluña», había dicho Puigdemont, subestimando la fuerza de la
ley. Esa fuerza se consumó, en una ‘manifestación pacífica’
con unos gamberros subidos a un coche la Guardia Civil que habían
destrozado, de ‘forma pacífica’, claro.
También se ha concretado la fuerza del
pueblo de Cataluña en Tabarnia, en este caso de forma civilizada.
Con esto tampoco contaban esos rufianes, y repito que espero que
ningún rufián se enfade por tildarlos de este modo.
Han perdido y en lugar de dar la cara y
asumir las consecuencias, juegan al escondite y al disimulo. No
deberían haber ido ninguno de los dos en las listas electorales, por
coherencia y por respeto a sus votantes, pero esos no respetan a
nadie, ni siquiera a sí mismos. Junqueras, que delegó su voto, pide
ahora que lo dejen ir a los plenos, porque no puede delegar el voto.
Cada vez una cosa, como los niños de pecho.
Por su parte, Puigdemont, agita su mocho
al viento allá en Bruselas y hace todo el ruido que puede. Es un
cagón de manual.
Han perdido, pero hay un gran número de
catalanes, esos cuyo apelativo que mejor les cuadra es el de
catalufos, por su vinculación con lo fantástico, con la ufología,
que a pesar de todas las evidencias siguen confiando en ellos. Los
catalufos no tienen cura.
Puigdmont y Junqueras se disputan el
poder sobre los catalufos. Entre ambos, un Torrent que si se descuida
terminará ‘calent’.
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