Con respecto a Camps, hay que respetar,
como en todos los demás casos, la presunción de inocencia. Eso, en
primer lugar. En segundo, que quizá las acusaciones vertidas contra
él no se puedan probar. Y en tercero, que en caso de que se prueben
es posible que el delito haya prescrito.
Cabe añadir también que,
independientemente de que haya delinquido o no, empobreció, con sus
derroches megalómanos, al Reino de Valencia, pero este
empobrecimiento es pasajero. En cambio, los nacionalistas catalanes
han empobrecido a Cataluña para siempre. Otra diferencia sustancial
es que mientras las víctimas de los nacionalistas catalanes siguen
votando a quienes les han hecho tanto daño, los valencianos huyendo
del fuego han caído en las brasas, votando a esos que no pueden
traer más que la ruina para siempre.
Por culpa de los desvaríos de Camps,
sobre cuya estabilidad emocional tengo serias dudas, el Reino de
Valencia está en manos de los impresentables catalanistas, cuya
salud mental tampoco parece buena, toda vez que en pleno siglo XXI
pretenden implantar en el Reino de Valencia un dialecto que un tal
Pompeyo Fabra, químico, retocó y amplió apenas un siglo antes, y
se les nota el deseo de que sustituya por completo a la lengua
española.
Camps tenía unas manías y unos aires de
grandeza que no se correspondían con su mente limitada y estos de
ahora tienen otras manías, y no sólo la del dialecto, que también
llevan al convencimiento de que sus mentes son igual de limitadas o
más.
En las primeras elecciones democráticas
quedó claro que en el Reino de Valencia priman las izquierdas, pero
unas pocas elecciones después el personal se cansó, porque una cosa
es ser de izquierdas y otra ser catalanista. El problema se produjo
cuando la derecha puso a un presidente tonto, que es Camps, por culpa
del cual volvió la izquierda, sin que todavía se haya desprendido
del catalanismo.
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