La obcecación del gobierno de impugnar
la investidura de Puigdemont, a pesar del informe negativo del
Consejo de Estado, parte de una idea equivocada, como lo es la de
pensar que Puigdemont es un problema para el gobierno, cuando lo es
para su partido y sus votantes.
Los separatistas han fracasado y, sobre
todos, ha fracasado Puigdemont, que allá dónde va es el tonto del
bote, salvo para cuatro fanáticos desquiciados.
Puigdemont no puede ser presidente de
Cataluña, porque para ello tendría que regresar a España, en donde
sería detenido de inmediato y puesto a disposición del juez, que
vistos los antecedentes cabe suponer que lo enviaría a la cárcel.
De modo que al proponer la investidura de este sujeto no hacen más
que provocar la reacción del gobierno, pero sobre todo engañan a
sus votantes. Eso es un simulacro, un juego estúpido, mediante el
cual perjudican a Cataluña, cuyo prestigio ya está por los suelos,
pero se benefician ellos, al conseguir que toda esa gente embrutecida
por el nacionalismo los siga votando. Esos votos se transforman en
dinero, que es lo que quieren.
Mientras tanto, Decathlon, cancela una
importantísima inversión en Cataluña, y van… El perjuicio que
está sufriendo Cataluña no les preocupa a esos dementes a los que
el pueblo catalán les ha dado la manija. La tienen, la han
conseguido democráticamente, y si los catalanes, a pesar de que el
número de parados aumenta en Cataluña más que en ningún otro
lugar de España, lo han decidido así, hay que respetar su voluntad.
Si Cataluña se empobrece del todo el problema catalán habrá dejado
de existir.
Lo único que puede hacer el gobierno es
velar por el cumplimiento de la ley y, en este sentido, dar los pasos
que sea cuando sea el momento de darlos. Puigdemont no es importante,
un cagón no puede serlo.
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