jueves, 13 de diciembre de 2018

Desde que no está Franco…

A quienes me preguntan por mis largos paseos suelo responderles que los doy por prescripción facultativa, lo cual es una verdad a medias, porque lo cierto es que me gusta andar y dejar volar la mente durante las caminatas. Fruto de ello, surgió un personaje en mi imaginación, que cedo a los novelistas por si quieren aprovecharlo.
Se trata de un señor al que le faltan tres o cuatro años para cumplir los ochenta y que fue antifranquista militante en plena dictadura. Algunas veces tuvo que pasar por comisaría, aunque siempre consiguió salir bien, más allá de algunas bofetadas. Pero el miedo que pasó no se lo podía quitar nadie.
Cuando Felipe González se convirtió en presidente dio por cumplido el sueño de su vida, aquello por lo que había luchado. Fue su ídolo y mantuvo su fe en él contra viento y marea, aunque luego, durante la primera legislatura de Aznar flaqueó un poco. Durante la segunda la recuperó por completo y aun con más fuerza que antes. En las siguientes elecciones votó por Zapatero, pero al poco pensó que se había equivocado. No tardó mucho en cogerle tal tirria que en cuanto lo veía por televisión sería la necesidad imperiosa de rascarse y lo hacía, a pesar de que hasta el momento había sido impensable en él que cometiese tal grosería. Se decantó por Izquierda Unida en los siguientes comicios y más adelante acogió con satisfacción la retirada de Zapatero y votó por Rubalcaba. Soportó a Rajoy con estoicismo. Lo consideraba una penitencia merecida tras el nefasto periodo socialista y luego acogió con ilusión la llegada de Pedro Sánchez a la Secretaría General del PSOE. Poco le duró el gozo. La aparición de Podemos lo pilló con el pie cambiado. Lo desconcertó. Desaparecido su refugio de Izquierda Unida, Garzón no le inspiraba ninguna confianza, optó por Ciudadanos. Cada vez que aparecía Rufián en el televisor, mientras jugaba al dominó con sus amigos, decía: desde que no está Franco…
Estaba harto ya de los Torra, las Rahola, los que hacían huelga de hambre...Se planteaba la conveniencia de dar su voto a Vox. Lo suyo era el internacionalismo, no el nacionalismo, pero estaba harto. No había luchado tanto por España, corriendo riesgos, para que ahora unos vendepatrias lo sacrificaran todo en beneficio propio.

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