domingo, 9 de febrero de 2020

Lo de la paella no me ofende

En algún lugar del planeta han cocinado una paella horrible. Eso también pasa incluso en Valencia. Lo que ocurre es que vivimos tiempos en que el personal busca, y encuentra, motivos para ofenderse. Y dicen que los valencianos nos sentimos ofendidos con esa paella. Pues que me borren, porque no lo estoy. Como si quieren hacer una paella con suela de zapato. Me da igual. No me apetece coartar la libertad de nadie en ningún aspecto, salvo que infrinja la ley, y menos en lo que se ha de comer.
Pero ya que hablo de la paella, quisiera recordar lo de Vicente Huidobro: «el adjetivo, cuando no da vida, mata». Veo por doquier que ponen: Paella valenciana. Con decir paella, basta. Luego, cada cual puede guisarla del modo que le plazca.
Quizá, por si queda algún despistado, pueda añadir paella es el nombre del recipiente en que se guisa, y el plato toma su nombre, como también ocurre con el puchero, seguramente el mejor cocido de toda España. La paellera sería la señora que la guisa, si fuera el caso, porque puede que la haga un paellero. Y que es un plato tan humilde que en la primera mitad del siglo XX los restaurantes valencianos no la querían servir, pero ante la insistencia de sus clientes idearon la paella marisco para poder presentar una cuenta digna de tal nombre.
Lo que sigue es pura lógica. Desde que, de forma casual, seguramente, se guisó la primera paella, luego se han cocinado millones, lo cual ha servido de experiencia para determinar con qué ingredientes queda mejor el arroz. Y ese es el meollo de la cuestión. Sin olvidar que el ritual tiene una importancia suma. O sea, el orden en que se echan los ingredientes en la sartén (la paella, repito, es una sartén con asas en lugar de mango), y la intensidad del fuego en cada momento de la cocción.
Quien quiera aprovechar esa experiencia lo puede hacer y quien no, pues allá él. O ella.

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