Hay
una magnífica novela, Ojos
que no ven, en la que una honrada familia de cuatro miembros
emigra al País Vasco, para mejorar su modo de vida. Esa familia, de
haberse quedado en su tierra, hubiera vivido humildemente, pero
feliz.
En
el País Vasco fue contaminada por el veneno. Si a los nacionalistas
les importara la gente, a la vista de las excrecencias a las que está
dando lugar su enfermiza e histérica serie de reivindicaciones
insolidarias y su demanda de privilegios, se hubieran retirado. Los
nacionalistas están haciendo mucho mal en el mundo, y
particularmente en España.
Como
se cuenta en un artículo, del que se hace eco Covite,
los desgraciados, como el de la novela citada anteriormente, que caen
en la garras de ETA son utilizados por los terroristas de salón,
para que cometan las atroces fechorías que todo el mundo conoce y
que muchos pretenden olvidar.
Olvidar
las fechorías de ETA es suicida. La banda terrorista ha condicionado
la vida de los españoles durante muchos decenios, y lo sigue
haciendo porque ahora muchas instituciones políticas están en manos
de Bildu, cuyos componentes no consideran a la banda del mismo modo
que yo.
Cuando
alguien ingresa en ETA se convierte en un pelele que los 'terroristas
de salón' manejan a su antojo y le imponen sacrificios.
En
los primeros años de la democracia se habló en el Parlamento de un
etarra llamado Arregui. Ciudadano Arregui, puntualizó Gregorio
Peces-Barba. O sea, que había diputados españoles que consideraban
ciudadanos a los etarras. Para los 'terroristas de salón' no son más
que piezas de ajedrez que mueven a su antojo y por si alguno sueña
con rebelarse tiene la realidad, en forma de recuerdo de lo que
ocurrió a Yoyes, para que se le quiten las ganas. Lo mismo que hacen
con sus terroristas quisieran hacer con todos. Por eso es suicida
olvidar sus atrocidades.
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