domingo, 10 de marzo de 2024

Bolaños, el siervo

 

Para decir con tanto aplomo las sandeces que una tras otra encadena, Bolaños solo puede hacerlo imaginando que está ante su jefe. Nadie más, ni siquiera los demás ministros le puede creer, aunque simulen que sí. No está claro que el talento que tiene le alcance para darse cuenta de que al verlo por la televisión diciendo ese discurso sobre la amnistía Puigdemont y los suyos se parten de risa. Y, en general, todos los catalanistas.

Si hay algo que sabe hacer bien, y seguramente es lo único, es interpretar los deseos de su jefe, lo cual tampoco es muy difícil, porque se reducen a satisfacer sus necesidades. O sea, tener cargos que le hagan olvidar su nulidad, su incompetencia.

Para ser ministro de Sánchez hay que ser torpe o parecerlo. Él no nota la diferencia.

El rostro de Bolaños denota una falta absoluta de convicciones, de ideas por las que vivir. Se le ve hueco, con el espacio de la sesera dispuesto para ser ocupado por algo, lo que sea, cualquier cosa que le permita creerse que es alguien. Como en el caso de Pilar Rahola, asume como verdades absolutas ideas que no se sostienen de ningún modo, pero que les permiten a los dos comer mejor que bien.

No son conscientes tampoco, ni Bolaños ni Sánchez, de que caminan sobre el alambre, y éste está sujeto en ambos extremos a postes putrefactos que en cualquier momento, por cualquier pequeño detalle, o gran detalle, pueden derrumbarse estrepitosamente. Sánchez se cree poderoso, pero no puede desistir de esta aventura puesto que no es dueño de sí mismo, sino que esclavo de sus pasiones, y tiene miedo, mucho miedo, pero Bolaños, si fuera tan listo como piensan algunos, sí que lo hubiera hecho; habría renunciado al ministerio y se hubiera ido a trabajar de lo que sepa, aunque puede que no sepa nada.

Gabriel Tortella utiliza el término idiotología. Sin duda que este nombre le viene bien al sanchismo.

Esos libros míos


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