La finalidad de la recaudación de tributos, sobre la que el gobierno basa la publicidad con la que intenta justificarse, está prostituida desde hace una eternidad. La prueba es que el ministerio de Hacienda, sea quien sea su titular, trata a los ciudadanos como enemigos.
Es radicalmente inmoral gastar dinero de los impuestos en cualquier cosa que no esté destinada a cubrir las necesidades de los ciudadanos y procurar su bienestar. Por supuesto que hay que destinar una parte al mantenimiento de la Administración, pero es igualmente inmoral que ésta sea más grande de lo necesario.
Que se graven los salarios más altos con el fin de sostener las pensiones es de un descaro incalificable.
Cuando tenemos un gobierno que derrocha cantidades ingentes de dinero en cosas absolutamente innecesarias, cuando no dañinas, el cobro de impuestos se llama saqueo. Cuando encima hacen publicidad del tipo «no es magia, son tus impuestos», eso es burlarse de quienes a duras penas pueden pagar lo que se les exige.
Que los votantes sean tontos y no exijan mayor cuidado con el dinero que entregan a esos ‘descuidados’ administradores -«estamos hablando de dinero público, y el dinero público no es de nadie», llegó a decir alguien de uno de los gobiernos, sin que nadie del mismo protestara- no disminuye el grado de desvergüenza de quienes lo hacen.
La única manera de sostener las pensiones, y también la sanidad, consiste en reducir todo lo que se pueda la Administración, imponer la austeridad, mediante un control exhaustivo del gasto, en los ministerios y ejercer el poder de forma racional con vistas al bien común.
Los delirios de grandeza y los narcisismos están de sobra en democracia. Cualquier intento de manipulación o de adoctrinamiento debería ser motivo suficiente para, como mínimo, obligar a dejar el cargo.
Es infame y criminal hacer pagar más impuestos de los necesarios. Y alegar que se hace para redistribuir es de sinvergüenzas.
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