No vivimos atentos a la realidad y el buenismo se impone por defecto desde mucho antes de que se acuñara el concepto. He aquí pues que a cualquier chorrada que se autodefina como religión se le otorga el aura de la respetabilidad.
Una cosa es que haya que aguantar al Islam, porque sus seguidores son muchos y los musulmanes manejan mucho dinero y son poderosos, y otra muy distinta que se les baile el agua y se les siga el juego. En todos los colegios de España debería ser obligatorio servir longanizas y morcillas de cerdo al menos dos veces a la semana.
Tengo escrito en 1978. El año en que España cambió de piel que todas las religiones que deseen operar en España deberían acomodar sus reglas a la Constitución.
Lo de Los Testigos de Jehová es otra tomadura de pelo talla enorme. Como se puede entender, la tontería no se da solo en España, sino en el mundo entero y así nos va, rumbo a la hecatombe.
El Estado tiene la obligación de proteger a los ciudadanos, en especial a los más vulnerables, categoría de la que forman parte los tontos. En lugar de eso, permiten que proliferen religiones que son trampas para bobos.
Una Testigo de Jehová ha denunciado a España ante el TEDH por salvarle la vida. O sea, por haberle hecho una transfusión de sangre sin la cual no habría podido sobrevivir. Y este tribunal, compuesto por 17 jueces, en lugar de mandar a la demandante a un manicomio, ha condenado a España a indemnizarla con 26000 euros.
Si estos sesudos jueces se hubieran detenido a estudiar los fundamentos, reglas o preceptos, o como se llamen, de esta religión, se habrían echado las manos a la cabeza: ¿cómo es posible que alguien se trague es? ¿cómo que esta religión es legal?
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