sábado, 14 de septiembre de 2024

Sentirse mallorquín

 

Vi un titular de prensa en el que un joven manifestaba que si no le hubieran dado catalán en el colegio no se sentiría mallorquín. Ya no leí nada más, porque para qué. Con la muestra ya era suficiente.

La banalidad como forma de vida, eso es el nacionalismo. Consiste en llenar el cerebro de quienes se dejan de ideas que no sirven para nada. Sentirse mallorquín, español o danés no aporta nada a nadie. Hay que sentirse persona, forjar una identidad, siempre individual, a través del pensamiento, evitando las ideas prefijadas, cualquier sesgo ideológico, intentando encontrar la verdad de cada cosa y pretendiendo el bien. Conseguir esa identidad propia, esa personalidad, y ser buen ciudadano, se viva en donde se viva. Si es en una democracia, el intento de ser buen ciudadano es imperativo. En una dictadura también lo es, pero a ese intento hay que añadirle el de preservar la vida, porque en este caso un ciudadano lo tiene difícil.

Dar a las lenguas, cualquiera de ellas, más importancia de la que les corresponde es mala intención. La única obligación que hay con las lenguas es dominar bien la que se use normalmente, o sea, hablar con corrección respetando las normas ortográficas y sintácticas, y utilizando las formas verbales adecuadas.

El hecho de que una lengua alcance más preponderancia que otras no significa que sea mejor. En todo caso, los mejores serían los usuarios, no las lenguas. Son los hablantes quienes dotan a las lenguas de las palabras que necesitan para expresar lo que quieren. Y si los habitantes del desierto optaran por hablar en italiano, por ejemplo, añadirían al vocabulario de esta lengua muchas palabras nuevas para referirse a los distintos de la arena.

El personal se decanta por la lengua que más le conviene por motivos distintos a los lingüísticos o sentimentales. Tratar de influir en esto es gastar tiempo en balde.

Esos libros míos

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