Se
dice que una persona se ha hecho a sí misma cuando se ha salido del
rumbo predeterminado y ha buscado caminos nuevos. Ese es el caso de
Margaret Thatcher, que a lo largo de su vida no se conformó nunca
con lo que tenía ante sí y arriesgó para conseguir lo que creía
correcto.
Naturalmente
que se equivocó muchas veces y en muchas cosas, pero si no hubiera
estado tan sola se hubiera equivocado menos. Sus inmediatos
antecesores y sucesores fueron más del montón.
En
tiempos difíciles se echa de menos que haya un líder o lideresa con
carácter. Si quien ocupa el cargo de presidente del gobierno, o
primer ministro, es alguien atento a su propia carrera, que es lo
habitual, los caraduras tratan de aprovechar la circunstancia en su
propio beneficio. Un presidente que teme dar un mal paso, por si
pierde el cargo, es un presidente débil. Los caraduras captan esto
de inmediato. Fuerzan las situaciones de todos los modos posibles,
aprovechándose del temor de su víctima y siempre salen ganando.
Quien
debe cuidar de los intereses de todos, está a merced de los
depredadores, que miran únicamente en su propio beneficio aunque se
inventen causas y retuerzan el significado de las cosas.
Si
en la presidencia del gobierno español hubiera alguien como Thatcher
los sinvergüenzas que intentan hincar el diente a los presupuestos
públicos ni lo intentarían.
Pero
los políticos españoles, por lo que se ve, son todos de esos que
emprenden la carrera política con la intención de llegar lo más
lejos que puedan, entendiendo esto último como el cargo más alto
que logren conseguir.
Así
pues, no tenemos líderes, sino políticos de carrera, tipos que
consideran el escaño como algo ganado en una oposición y viene a
ser algo así. Les ha costado mucho ganarse la confianza de quien
hace las listas.
Con
respecto a los caraduras, lo que buscan algunos es que los expulsen
del Congreso. Cuando eso sucede, deberían quitarles al mismo tiempo
la paga de un año.
Utilizar
los sentimientos en la política es de tahúres.
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