La
historia de Hervé Falciani es francamente dura y lo que le espera no
es un camino de rositas. Se entiende fácilmente si se piensa que lo
que ha hecho puede ser considerado como un desafío al mundo del
dinero.
Por
lo menos, los muy ricos están acostumbrados a que nadie les plante
cara. Pueden aplastar a cualquiera con un simple chasquido de dedos.
Puesto que en ese mundo hay mucho dinero obtenido de forma ilegal,
cuando no criminal, es obvio que cualquiera que se atreva a poner en
peligro a alguno de sus componentes debe temer por su vida.
Todo
lo anterior entra dentro de la lógica y de lo comprensible. Las
sorpresas comienzan cuando en una entrevista concedida al diario El
País, Hervé Falciani confiesa que fue el propio gobierno de Estados
Unidos el que le aconsejó que se fugara y que consideraba a España
el país más seguro para ello. Hizo lo posible para ser detectado
por la policía y buscó la fecha en que el juez de guardia era el
que le convenía.
No
es motivo de orgullo que España sea el país elegido por este
motivo. En principio, tampoco es ninguna deshonra. Lo que sí es
evidente es que Comunidad Internacional no pone remedio a este estado
de cosas. Y no la pone porque hay personas muy poderosas que no
quieren. Sería fácil acabar con los paraísos fiscales. De hecho,
imponer un poco de justicia en el mundo serviría, de forma
inmediata, para reducir la tasa del hambre.
Pero
no hay modo, porque puede que no le interese al gobierno de China, o
a algunos multimillonarios estadounidenses o rusos, o porque algún
jeque árabe amenace con romper la baraja, o incluso a algún banco,
de los que obtienen muchos beneficios con el blanqueo de capitales.
Así
que el mundo está a merced de un puñado de desaprensivos.
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