Cierta
persona del ámbito político ha dicho que los rivales brindarán con
aguarrás. Y es que el odio y el sectarismo están muy vivos entre
nuestra clase política. No obstante, para defender sus privilegios
de casta, sí que se ponen de acuerdo de inmediato. Lo que ocurre es
que no nos damos cuenta de que si la citada casta nos lleva a la
ruina lo hace por nuestro bien.
Los
contribuyentes tenemos a nuestro alcance el placer de admirar a los
políticos y en lugar de disfrutar de ese espectáculo nos centramos
en que tenemos hambre.
Una
persona de la política puede tener cara A y cara B. La cara
transmite ilusión y simpatía e inspira confianza. Sirve para ir al
Mercado Central. En los periódicos no ha salido nunca la cara B,
sino tan solo una aproximación de ella. La cara B, más que fea, es
feísima. Sirve para usarla en una tienda de bicicletas, si se
encuentra allí con un conocido pobre.
Por
otro lado, hubiera sido una gran injusticia, y no una injusticia
cualquiera, que condenaran a Camps por unos trajes. Menudo empeño
chorra el de El País el de referirse un día sí y al otro también
al caso de los trajes. Después del paso de Camps por la presidencia
del gobierno valenciano no ha quedado ni estaca en pared en esta
Comunidad. La hecatombe ha sido mayúscula. Han desaparecido bancos y
cajas, dejando con un palmo de narices a los honrados inversores que
habían puesto su confianza en ellos; ha cerrado una gran cantidad de
negocios y empresas; las farmacias tampoco están muy contentas con
la situación; y los que enferman y necesitan cuidados tampoco.
Alrededor de la Nueva Fe hay negocio. Alrededor de la “vieja”,
protestas.
Camps
vive muy feliz, para recompensarle le han dado un puesto que para él
es un chollo y para los contribuyentes una carga. Así que lo de los
trajes es lo de menos.
En
honor de Camps hay que decir que es posible que unos pocos se hayan
hecho más ricos de lo que eran.
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