Quienes hemos tenido que sufrir a
personas de inferior talento y que por algún motivo, de forma
pasajera o permanente, han disfrutado de poder y lo han usado de
forma despótica, sabemos darnos cuenta de lo que significa tener
como presidente del gobierno a Pedro Sánchez, cuyos discursos,
gesticulaciones, risas y modales lo acreditan como torpe.
He recordado a Leopoldo Calvo Sotelo,
cuya finura intelectual, sutileza en las respuestas y absoluto
respeto a todos, fueran del partido de fueran, se echan en falta.
Leopoldo Calvo Sotelo es el presidente
del gobierno más inteligente y más culto que hemos tenido. Con
mucha diferencia sobre los demás. Su sentido del humor, finísimo,
e indetectable para los de la sal gorda, que eran Felipe González y
Alfonso Guerra y en el caso de estos dos cargado de maldad, era pura
delicia.
Preguntado al respecto, Antonio de
Senillosa los definió de este modo: «Fraga Iribarne lo sabe todo y
no entiende nada, Suárez no sabe nada y lo entiende todo». Adolfo
Suárez no tenía la preparación ni la inteligencia de Leopoldo
Calvo Sotelo, pero en cambio poseía una audacia, un valor y un
sentido del deber que le sirvieron para llevar a cabo lo que ningún
otro político de su tiempo habría sido capaz de hacer: la
Transición. Cuando entró Tejero en el Congreso no se llenó el
cuerpo de moratones a causa de la rapidez con que se echaron al suelo
esos socialistas, que, además, iban a formar parte del gobierno que
tramaba Armada.
En su tiempo, los españoles no supimos
valorar la labor de Suárez y Calvo Sotelo, que pusieron sus
cualidades y sus destrezas al servicio de España. Tras ellos,
comenzó el declive. Una serie de presidentes del gobierno que, en
mayor o menor medida, vulgares, adocenados, egoístas, hasta llegar
al actual que supera en maldad a Fernando VII, aunque su talento es
mucho menor.
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