Los tramposos, que no son pocos, lo arreglan todo estableciendo marcos mentales, cambiando los nombres de las cosas, colocando adjetivos donde no caben, o cualquier otro tipo de artimaña que se les ocurra.
Pretenden hacer creer que el acoso es respetable mediante el simple método de llamarlo escrache, como si fueran cosas distintas.
Multitudes de hienas se concentraban frente a la casa de Rita Barberá, insultándola gravemente y llenando el suelo de pintadas. Eso sería escrache para los sinvergüenzas.
En cambio, en Galapagar es un chalet en medio de una parcela protegida por un muro que la circunda y además había un número grande de guardiaciviles -haciendo su trabajo en condiciones penosas- que los protegía. Resulta que esto es acoso. Que llegaron a temer por sus vidas, dice la parejita que vive en el chalet.
Los que organizaban o iban a darle mala vida a Rita Barberá deberían haber sido inhabilitados para el ejercicio de la política de forma permanente. Nunca más deberían poderse dedicar a ella.
No seré yo quien diga que quienes se manifestaban en Galapagar hacían bien. No está bien, pero si lo que hacían molestaba a los dueños del chalet es porque se consideran intocables, son ellos quienes deciden a quien hay que hacerle escrache y a quien no.
Que yo sepa, nadie saltó el muro y se introdujo en la propiedad privada, aparte de que con tanto guardiacivil habría sido imposible hacerlo.
Rita Barberá sí que tuvo que sentir la angustia de ver que tantas gargantas expresaban de viva voz todo el odio que sentían por ella, que no era poco ni fácil de soportar.
Ninguna persona que se precie se habría unido a esa barahúnda de gente desalmada.
Y sin embargo hay plumillas muy bien pagados haciendo el juego a los llorones, pero que en su día no hicieron lo mismo por la entonces alcaldesa de Valencia.
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