Si las circunstancias fueran normales, la formación del nuevo gobierno catalán sería cuestión de poco tiempo, puesto que hay varias opciones y todo consistiría en elegir una después de haber hecho las consultas pertinentes.
Pero en Cataluña nada es normal. Todos los actores que participan en el juego son de lo malo lo peor. Y no me refiero solo a los separatistas, sino también a Feijóo, que si fuera un caballero le habría cedido el cargo a Ayuso, que es quien se lo había merecido cuando se lo dieron a él por su cara bonita. Feijóo dejó ver claramente quién es cuando se le ofreció Vidal-Quadras, que es tan bueno que Pujol exigió su cabeza, una de las mejores que ha tenido nunca el PP, y no solo lo rechazó, sino que lo humilló dando a conocer que se había ofrecido.
Está enrevesada la situación porque Puigdemont necesita resolver la suya y convertirse en el nuevo presidente lo reforzaría frente a la justicia. Sánchez estaría dispuesto a sacrificar a Illa para complacerlo, pero eso ha de ser luego de las europeas, en las que puede sufrir un descalabro sideral, así que necesita fingir que no va a ceder. En este paripé participará muy gustosamente Illa, sabiendo que el plan consiste en sacrificarlo, pero mientras no llegue el momento de hacerlo ha de fingir su empeño en ser el presidente.
Ni Sánchez ni Puigdemont se fían uno del otro y entre ambos está Illa poniendo la cara para que se la rompan una y otra vez. Se le va quedando cara de sepulturero.
Los de ERC han sido burlados por Sánchez y por Puigdemont, así que están dolidos y tras el resultado de las elecciones el único papel que les cabe es el de comparsas de Puigdemont o de Illa y no parece que lo vayan a aceptar.
Hay que compadecer a los catalanes, pero ellos se lo han ido buscando en el transcurso del tiempo por no ver venir la ruina moral y económica de su región.
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