La naturaleza de los enemigos de Ayuso es tal que la acusan de crímenes cometidos por el gobierno. No les importa que todo el mundo, empezando por ellos mismos, sepa que lo que dicen es mentira, sino que siguen la máxima que dice que una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad.
Presentan, además, sus mentiras de forma salvaje, sin siquiera disfrazarlas para que puedan parecer verdad. Medios que hasta tiempos relativamente recientes asumían actitudes con las que pretendían aparentar dignidad se han reconvertido claramente en panfletos sin que se perciba en ellos ni un atisbo de que puedan sentir vergüenza.
Mienten descaradamente y vuelven a mentir con lo cual señalan su absoluto desprecio hacia aquellos a los que quieren destruir. Hay una nutrida masa de votantes -que no tiene nada que ver con aquellos izquierdistas de antaño absolutamente celosos de su honradez que no habrían tolerado la situación actual- que se siente cómoda en medio de esta campaña de odio, que no pretende tener razón, sino derrotar de forma contundente, por los medios que sean, a quienes se les oponen.
El descaro es tal que acusan sin pruebas ni razón, una y otra vez a sus rivales, como hacen, por ejemplo, con los familiares de Ayuso, mientras califican como bulos los hechos ciertos que se van sabiendo de los familiares de Sánchez.
Difunden una mentira, se les da el cierto que desmonta la mentira, y siguen propagando la mentira como si nada. Mientras tanto, no quieren que se hable de las verdades, presuntamente delictivas, en que incurren ellos. Y en cuanto les sea posible, si llega a serlo, pondrán una mordaza a cada uno de los que descubran que prefieren la verdad a la mentira. Porque esa es la cuestión, hoy en día la sociedad ya no se divide en derechas e izquierdas, sino gente que prefiere la verdad y gente adicta a la mentira.
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