La
norma que rige entre los pobladores de la Pérfida Albión es que con
razón o sin ella defienden los intereses de su país. Esto,
obviamente, está muy mal. Pero la norma española tampoco es como
para echar las campanas al vuelo. Tenga o no tenga razón el
gobierno, la oposición está en contra. Y hay otros partidos que
tratan de aprovechar la situación. Esto viene siendo así desde los
tiempos de Suárez.
Gibraltar
es un vestigio del Imperio británico y aunque a los ingleses les
cueste caro mantenerlo y ya les sirva para poco prefieren seguir con
el anacronismo. Podrían llegar a un acuerdo que beneficiara a todos,
incluso a las monas que viven por allí y, por supuesto, a ese
Picardo y sus similares. Pero la gente altiva considera que los
acuerdos son propios de plebeyos.
Cameron,
a falta de un argumento mejor, amenaza a Rajoy: las relaciones entre
los dos países pueden deteriorarse. ¿Qué tiene que hacer Rajoy?
¿Soportar que Picardo haga lo que le dé la gana para que no se
enfade Cameron?
Una
tal Nebrera ha escrito sobre la cuestión, y no da muestras de
discurrir muy bien. Cuando se burló del acento de una ministra ya
hizo pensar lo mismo. Se conoce que el nacionalismo introduce tal
sarta de prejuicios y estupideces en la mente de las personas que
luego ya no dan pie con bola.
Gibraltar
es una vergüenza para Inglaterra y no merece la pena hacer ningún
esfuerzo para reconquistarlo. Es a Inglaterra a quien debe de quemar,
también en el bolsillo.
Es
también la prueba de que los organismos internacionales no sirven
más que para dar colocación a políticos que resultan incómodos en
sus países.
Lo
que tendría que explicar la Reina y Gobernadora Suprema de la
Iglesia de Inglaterra es si piensa que los gibraltareños pueden ir
al cielo, porque la relación entre metros cuadrados e ilegalidades
que se cometen en ese territorio debe de ser la mayor del mundo.
Quizá ella les venda indulgencias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario