No sabemos quien le carda las coletas, ni
quien se las peina, pero sí que es un pedante y un cursi: «pacta
sunt servanda», dicen que ha dicho. Y un jamón con chorreras, desde
que están esos dos, Pedro y Pablo, Pablo y Pedro, los Picapiedra,
todo vale, siempre y cuando sea sucio y asqueroso. Catalogados ambos,
por muchos, como psicópatas, a falta se sometan al test de Robert
Hare, no cabe esperar nada bueno de ellos.
Juegan a creerse los reyes del mambo,
pero tanto va el cántaro a la fuente que se rompe. Mientras
desaparezcan cientos de millones, sin que nos digan dónde van a
parar, del dinero público, o sea, de los impuestos, todo va bien.
Para ellos, claro. Para los contribuyentes, cuyo papel es el de
cornudos y apaleados, no. Los problemas para el gobierno comienzan
cuando el dinero que está en peligro es el de algunos particulares.
Entonces es cuando El País se descuelga con algunos editoriales muy
significativos y los podemitas captan la situación y lanzan toda su
artillería contra Calviño. Eso se llama morir matando. Hay una
frase también en latín para casos como este, pero esperaré a que
la pronuncie el pedante.
Este gobierno está condenado a caer
desde el principio, porque carece de bases firmes, necesarias para
llevar a cabo cualquier proyecto. Sus dos componentes principales
cuentan con una habilidad para el engaño, que cultivan con esmero, y
la capacidad de capitalizar en beneficio propio el odio latente en
nuestra sociedad. Pero lo que garantizan estas peculiaridades es el
deterioro constante de aquello que tengan entre manos.
Descontados esos socialistas entregados
con fervor a ser correa de transmisión, todos los demás respirarían
aliviados si Sánchez se viera obligado a dejar la presidencia. Por
su propia iniciativa no lo hará, pero cuando le den el empujoncito
se dará cuenta de que ha perdido.
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