Hay mucha gente que se sirve de ciertos
sin tener ni idea de ellos; también es cierto que no les importa su
ignorancia: ven un salto de agua y en lugar de llamarlo catarata, le
dicen silla. Y ya para siempre.
El
ejemplo antedicho sirve para quienes siempre tienen los términos
franquismo y franquista en la boca. Franco
no era franquista. Cuando se dio cuenta de que la suya tenía unas
consecuencias nefastas, sobre todo en el orden económico, prescindió
de toda ideología. No
tenía más pretensión que morir de muerte natural. Este
detalle ya impide que se le pueda equiparar con Hitler y Mussolini.
Por
otro lado, como explicó hace poco Ramón Tamames y consta en los
libros de muchos historiadores, Franco se unió a la guerra cuando
ésta ya era inevitable. Hubo
algún movimiento franquista en su tiempo, pero jamás contó con el
apoyo de Franco, sino todo lo contrario, porque lo encorsetaba, le
ponía límites. Posteriormente,
el entonces Rey entregó el poder a los partidos políticos, para que
se lo devolvieran a su legítimo dueño, el pueblo, pero se lo
quedaron ellos. En
cualquier caso, de aquel Régimen ya no queda nada.
Con
respecto al fascismo se puede decir lo mismo. Según acertada
definición Félix de Azúa, el fascismo de hoy es la dictadura de lo
políticamente correcto. Fascistas
son aquellos que pretenden impedir a otros que piensen por su cuenta
y decidan según su libre albedrío. Fascistas son quienes no
respetan a los que piensan de otro modo, a los que no comulgan con
ruedas de molino. Fascistas
son los que organizan escraches a los demás, pero lloran si se lo
hacen a ellos.
Fascistas
son los que pretenden que el Ejecutivo someta
al Legislativo y al Judicial. Fascista
es el actual gobierno de España, por más que les pese a los
sectarios a la vez que masoquistas que lo toleran.
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