miércoles, 13 de mayo de 2020

Libertad, libertad


Un demócrata no va haciendo gestos con el fin de que se le vea como tal, sino que se comporta como tal. Eso está en la Biblia, sin ir más lejos: «Por sus hechos los conoceréis». O sea, que ya en aquellos lejanos tiempos el personal supo distinguir entre los embaucadores y quienes no lo eran, hasta el punto de que los autores bíblicos lo dejaron dicho. Naturalmente que eso no acabó con el gremio de los embaucadores, ni con el de los crédulos.
Alguien que haya meditado sobre lo que significa ser demócrata y lo haya interiorizado sabe que, por general, lo que haga podrá enmarcarse dentro de esta opción política. Digo ‘por lo general’ y no ‘siempre’ porque nadie es perfecto y el mejor escribano hace un borrón.
Todo este exordio viene a cuento porque en distintas ciudades españolas y de forma espontánea y no preparada, la gente pide libertad a gritos. ¡Libertad, libertad!, como en los viejos tiempos. No es por nostalgia.
Tenemos un presidente del gobierno, Sánchez, que ha transformado un partido con vocación democrática, como es el PSOE, en dictatorial, al haber suprimido todos los estamentos de control internos.
Un vicepresidente del gobierno, cuyo partido, Podemos, depende total y absolutamente de él, que jamás ha tenido ninguna vocación democrática, y todo lo suyo en este sentido no pasa de ser un sucedáneo, un engañabobos que no se le escaparía a la mirada crítica del autor bíblico.
Y tenemos un gobierno que pudo haber tomado medidas contra el virus chino a tiempo, con lo cuál el daño habría sido mínimo, pero que, por egoísmo prefirió retrasarlas, retrasarlas, retrasarlas, y luego, en lugar de pedir perdón al verse desbordado, aprovechó, quizá por sadismo, para castigar a todos con la pena del arresto domiciliario, al que le han puesto un nombre inadecuado, y bombardear, esta vez sin quizá, sádicamente a la población con propaganda a favor de sí mismo y en contra de la Oposición.
Claro que la gente grita ¡libertad, libertad! No es para menos.

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