Todas las personas bien intencionadas, de
derechas o de izquierdas, están de acuerdo en que lo más
conveniente para España, dados ciertos hábitos culturales
arraigados a través de los siglos y hasta que las actitudes y
convicciones democráticas no se consoliden entre nosotros, es la
continuidad de la monarquía, al margen también de que esta forma de
Estado suele dar buenos resultados en democracia.
Hay otras personas o grupos, no obstante,
que no están de acuerdo con esto, unos, quizá, por imprudencia y
otros con muy mala intención, puesto que desean perjudicar a los
españoles.
Hay que salvar a la Corona, porque nos
conviene a todos y sobre todo ahora que tenemos un Rey consciente y
dotado del sentido del deber, pero para ello hay que comenzar por
decir la verdad, y esta es que quien más ha hecho y puede seguir
haciéndolo para hundirla es, precisamente, el rey emérito.
Don
Juan de Borbón jugaba a ser un playboy en Estoril o en donde
pudiera. No dudó en entregarle su hijo como rehén a Franco, con el
fin de garantizarse la Corona, ofreciendo a cambio que
los monárquicos aceptaran el Régimen. El
niño creció lejos del calor familiar.
Para
disgusto de Don Juan, Franco se saltó un eslabón de la cadena y le
cedió la Corona Juan Carlos I, consciente de la bobería de los dos,
pero pensando que el segundo quedaba más embridado, pues se había
encargado de él Torcuato Fernández Miranda.
Adolfo
Suárez fue el encargado de democratizar el Estado, cosa que hizo
arriesgando la vida día a día, y soportando desprecios,
humillaciones y deserciones de amigos de toda la vida. En
este afán de traer la democracia a España chocó con un obstáculo:
la mezquindad de Felipe González. Si
éste hubiera sido noble y generoso, entre ambos habrían hecho una
Constitución basada en los grandes valores democráticos, pero el
socialista prefirió echarse en brazos de los nacionalistas y
otorgarles ventajas, sin darse cuenta de que las iban a aprovechar
para hacer todo el daño que pudieran a España.
Una
vez que Adolfo Suárez hubo desmantelado el Régimen anterior y
convertido a España en un país democrático, Juan Carlos I quiso
prescindir de él, para quedar como auténtico artífice del cambio y
que quien lo había hecho todo quedara como un simple instrumento
suyo. Quienes
hablaban con el entonces Rey y percibían su desapego hacia Adolfo
Suárez, interpretaron esto como quiso cada uno, y de ahí
seguramente surgió el intento del golpe de Estado. El todavía
presidente tuvo que volver a jugarse la vida para salvar la
democracia, y tuvimos suerte de que cogiera el teléfono Sabino
Fernández Campo y dijera lo de ‘ni está, ni se le espera’,
porque si lo llega a coger el destinatario de la llamada a saber la
que se habría montado.
Nadie
tenía confianza en Juan Carlos I, pero
casi todos aceptaban la Corona, porque la consideraban aconsejable
para los tiempos que venían. El
caso es que lo sobreprotegieron, en la misma Constitución y
luego tapando sus actividades irresponsables. Los medios se
conjuraron para no dar ninguna noticia que le pudiera perjudicar,
todo
lo cual, sin duda, generó en él un sentimiento de impunidad.
Felipe
VI se ha visto obligado a tomar una decisión que le habrá causado
mucho dolor, porque se trata de su padre. Contar
la verdad es apoyar al Rey que nos conviene.
'El Parotet y otros asuntos'
'Diario de un escritor naíf'
'Yo estoy loco'
'Valencia, su Mercado Central y otras debilidades'
'1978.El año en que España cambió de piel'
'Tránsito en la mirada'
'Te doy mi palabra'
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