Me refiero a un columnista de los más
leídos, pero su caso es parecido al de otros. Hoy habla de un pájaro
de cuenta y no necesita ensañarse, porque el elemento merece todo lo
que le digan y más. El daño que hace es inconmensurable y,
posiblemente, de forma impune. Por supuesto que él no tiene
conciencia de estar haciendo el mal, porque su narcisismo extremo le
impide darse cuenta de esto y, además, siente en su corazón, como
viene demostrando, un odio tan grande que si fuera consciente del
daño que hace y el dolor que causa seguramente se alegraría.
Pero este mismo articulista se refería
ayer a otro pájaro de cuenta, aprovechado e irresponsable como
pocos, pero en este caso hizo literatura fantástica en su afán por
ensalzarlo y alabarlo, pero no había modo, porque no hay nadie que
se pueda creer nada de lo que dijo, ni siquiera los más favorables,
puesto que, lógicamente, éstos tienen información de primera mano.
Estos detalles hacen que quienes mienten
unas veces sí y otras no, aunque tengan muchos lectores, no sean
creídos. Queda la duda de saber si esto último les importa o no,
porque quizá lo suyo sea, aunque no lo digan, lo de César González
Ruano: Y, ahora, a cobrar.
Ellos sabrán lo que les conviene más.
Decir la verdad siempre suele tener consecuencias graves, es cierto,
y la prueba la tenemos en que entre los miembros del gobierno actual
está proscrita. Todos los componentes del gobierno que sufrimos y
padecemos y bajo cuyo mando nos dirigimos a marchas forzadas hacia
una crisis sin precedentes, tienen fobia a la verdad. Tratan de
contrarrestar su inepcia culpando a quienes no tienen culpa, sino que
es toda suya, por torpes y egoístas.
Pues eso, decir la verdad es arriesgado y
a menudo muy peligroso, pero acaba mereciendo la pena.
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