Sánchez y su gobierno supieron desde el
principio, o lo imaginaron, que no estaban preparados para
enfrentarse al coronavirus. Por la parte socialista, era un gobierno
diseñado para gozar del poder, no para servir a los ciudadanos, y
para alargar su disfrute todo lo que se pudiera mediante el uso de la
propaganda. Y también era consciente de que sus socios de gobiernos
y demás aliados no pretenden más que aprovechar su debilidad para
beneficio propio, no de los ciudadanos.
Ante esta realidad, siguieron volcados en
la propaganda, aunque costara vidas, porque esto es lo que les puede
permitir seguir teniendo el poder. Tenían un programa para aumentar
el número de votos y no estaban dispuestos a renunciar a él.
La realidad se les ha echado encima,
estropeándoles el relato. El modo en que echan balones fuera, y el
hecho de que sigan recurriendo al relato y a las muletillas del tipo
«extrema derecha», demuestra que se sienten culpables. En España
no hay extrema derecha. El propio Anguita lo dijo. Lo que ocurre es
que situar a Vox en ese punto les viene bien a muchos. Vox es una
mezcla de nacionalismo y populismo, y a algunos no les conviene
criticar al nacionalismo. Por otro lado, algunos indeseables venían
situando al PP en la extrema derecha.
El gobierno intenta manejar la situación
mediante el relato, es decir, el uso de la posverdad, y ha llegado a
la cumbre de lo grotesco mediante el invento del lacambrismo, que
significa, ni más ni menos, que reconoce que no puede dar la cara,
sino que ha de recurrir a maniobras que dan mucha risa a quienes
descubren la superchería.
La compra de test, con la posterior
explicación de la embajada china, demuestra que nuestra salud está
en manos de unos incompetentes. Excálibur mereció una querella, o
intento de querella. Ahora los muertos llevan nombres humanos. Y los
fallos en la gestión de la epidemia en España son muy graves.
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