viernes, 30 de julio de 2021

El caso Simone Biles

 

Todo está en la Biblia, ese tesoro de la humanidad que no tiene nada que ver con el Corán. Algunos de los autores bíblicos tenían una sabiduría muy superior a la astucia de Mahoma. Cuando Moisés bajó del Sinaí encontró a los israelitas adorando al becerro de oro.

Esta es la metáfora sobre la tendencia a adorar lo que no merece tanto la pena. El deporte está muy bien, pero en plan aficionado. Cuando se convierte en profesional ya no es deporte, sino negocio. Es necesario tener unas condiciones físicas y mentales extraordinarias para poder dedicarse a ello. Tener sólo las condiciones mentales no sirve. Ortega Lara pudo resistir lo que no está en los escritos, pero como no ganó ninguna medalla, no es objeto de admiración y en virtud de su adscripción política ha recibido los improperios de los impresentables. La sola condición física sí que permite comenzar la aventura. Los hay que han llegado hasta el final. No sé si hay estadísticas sobre los que han enloquecido después o han tenido problemas de salud mental. No me extrañaría nada que fueran muchos. Soportar la presión del público, soportar la propia euforia surgida del éxito, mantener la disciplina todo el tiempo.

Al final hay que pensar en lo que aportan estas gentes a la sociedad más allá de servir de entretenimiento o de paliativo de los fracasos individuales de los aficionados.

El caso de Simone Biles ha adquirido una importancia desproporcionada. Ni merece los aplausos de una ministra boba y aprovechada, ni las críticas de otros tipos más sagaces y acostumbrados a lidiar con la presión.

Unos tienen la suerte de estar dotados genéticamente para eso y otros no. Somos humanos y si tratamos de encontrar la sabiduría, para lo cual hay que abandonar el cultivo del ego y del interés propio, podremos comprender a esta gimnasta y desearle que este percance no influya negativamente en su vida.

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