Se tiene noticia de en Barcelona hay ciento ochenta profesores que se dejan los testículos colgando en el perchero antes de salir de casa.
No cabe ninguna duda de que son muchos más, puesto que el catalanismo es una enfermedad muy grave y posiblemente incurable.
Los profesores, por la propia naturaleza de la profesión en que se desempeñan, por el compromiso tácito con la sociedad para la que trabajan y que les paga, no tienen más remedio que ser conscientes de sus actos. No pueden alegar desconocimiento, ni que el asunto les ha pillado desprevenidos. Son plenamente responsables de sus actos. Y si antes de salir de casa cuelgan sus atributos del perchero es porque les falta valor para cumplir con sus obligaciones. Nadie les puede obligar a dejárselos en casa. Y si alguien les manda que lo hagan tienen la obligación moral de desobedecer.
Les explicaré, para avergonzarlos, algo que no tienen más remedio que saber, porque si no lo saben, no sirven para sus cargos: «Puede decirse que hay democracia en un lugar cuando alguien que piensa lo contrario que la mayoría puede pasear tranquilamente por sus calles».
Bueno, pues en presencia de estos ciento ochenta profesores, que se habían dejado los cojones en casa, colgando en el perchero, un ser depravado insultó a Ricardo García Manrique llamándole ‘fascista y colono’. El Rector estaba delante y calló. ¿Tampoco los tenía en su sitio? Los ciento ochenta, pobrecitos míos, no se atrevieron a decir esta boca es mía.
Menuda nación catalana saldría con estos mimbres si los degenerados que la intentan construir consiguieran sus propósitos. El que no huye escondido en el maletero de un coche, cría barriga en una cárcel que no lo parece, y lo sueltan y es peor que antes de entrar.
El asunto de los profesores y el Rector cobardes y gallináceos se puede ver aquí:
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