La democracia tiene dos pilares sin los cuales pierde su esencia. La independencia de los medios y de la justicia. La de los medios parece imposible de conseguir, a pesar de que es urgente. Todos presumen de independencia, al tiempo que suplican las subvenciones. Algunos periódicos se han fundado con la idea de que iban a ser subvencionados por políticos de su cuerda. Felipe González se sirvió de Polanco para tener bajo control a los intelectuales, que si no son libres pierden esa condición.
¿Y los jueces? La civilización se basa en el cumplimiento de la ley. Y para que los ciudadanos la respeten es necesario que tengan fe en quienes la administran. En las dictaduras, como se ve en Cuba y Venezuela, por poner dos ejemplos actuales, los jueces están al servicio del poder. Los ciudadanos de esos países no pueden respetar a sus jueces. Si obedecen es por miedo. Hay mucha diferencia entre miedo y respeto. Por cierto, en el actual gobierno hay energúmenos que pretenden eso para España.
En lugar de tantos chiringuitos contra la corrupción, fiscalías contra la corrupción, etcétera, hay que establecer, de forma irreversible, la independencia judicial. Es el único modo de disminuir la corrupción. También fue Felipe González, el ‘demócrata’, quien acabó con la poca que tuvo en un principio.
Los jueces deberían plantarse y explicar a los ciudadanos que las cosas no pueden seguir así y exigir a la casta política que demuestre su compromiso con la democracia. A los jueces honrados, que esperemos que sean casi todos, les tiene que alarmar la impunidad con que actúan. Y la de los fiscales. Éstos, además, tienen unos incentivos que desvirtúan su labor en pro de la justicia, porque se los dan por cada condena que consiguen, con lo cual los convierten, a los que se dejan, en cazadores despiadados.
Hay asociaciones de jueces y fiscales y a algunas de ellas cabe catalogarlas como bienintencionadas. Sería conveniente que, por el bien de los ciudadanos, promovieran alguna iniciativa contundente en este sentido.
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