En enero de 2020, los eurodiputados socialistas preguntaron a la UE qué medidas pensaba tomar contra el virus chino. Sin embargo, el gobierno español no tomó ninguna hasta una semana después del 8-M.
Si las hubiera tomado en enero, el personal habría sido más cuidadoso y los contagios habrían sido escalonados y no tantos.
Ese retraso de dos meses propició que los hospitales se colapsaran, y luego la impericia y la malasombra de todos y cada uno de los componentes del gobierno hicieron que se paralizara la actividad económica en todo en España, excepto en Madrid.
Ayuso no tenía el apoyo de su partido, que estaba dirigido por Casado, ni del gobierno que permitía la entrada descontrolada en la capital por tierra y aire, y por mar no porque no hay. La presidente madrileña, al contrario que otros, prefiere rodearse de gente competente y confía en ella, por lo que se jugó el tipo y permitió que la actividad económica siguiera en Madrid. Y si no hubiera sido por eso, España habría quebrado. O sea, que Sánchez sigue siendo el presidente gracias a Ayuso, a la que obsequia con su odio. Porque ser odiado por Sánchez es muy buena señal.
Pero hay que imaginar que las cosas no le hubieran salido bien a Ayuso, en cuyo caso habría sido rodeada inmediatamente por todos los lobos de la política española. Ella sabía eso, y su equipo también. Los desafió a todos, para beneficiar a los madrileños, y al beneficiar a estos benefició a toda España.
Y Madrid sigue tirando de la economía española, que sobrevive a la inutilidad de Calviño, y a los millonarios derroches de los podemitas y de los catalanistas.
Los españoles le dan las gracias, votando por ella, quienes pueden hacerlo, y aplaudiéndola por donde pasa.
Claro que hay degenerados o ingratos, que debiéndole tanto la atacan con saña. Y es que la gratitud no puede darse en espíritus como el de Sánchez, en el que no parece haber nada que merezca ser rescatado.
¡Bien por Ayuso!
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