domingo, 31 de enero de 2021

A propósito de Navalny

 

El coraje que ha demostrado Navalny sirve para poner sobre el tapete algo que, lamentablemente, no se suele tener en cuenta: las libertades de que disfrutamos se las debemos a otras personas que, cómo él, arriesgaron sus vidas, y las perdieron en muchos casos, a menudo tras sufrir tortura.

José María Valverde, en su ‘El mundo inglés: siglos XVIII y XIX’, cuenta que unos marineros fueron juzgados y condenados a morir colgados del palo mayor por los gravísimos delitos de pedir que los barcos contaran con un médico y que los enfermos y los heridos fueran eximidos de sus tareas.

Así ocurrió también con las primeras feministas, que ante la incomprensión general y arrostrando las mismas consecuencias, iniciaron un movimiento que hizo mucho bien a la humanidad, pero que, en la actualidad, ha venido a ser usurpado y tergiversado por las Calvas y las Monteras, que jamás han arriesgado nada y se aprovechan de todo.

Hay, al menos, un señor en España que se ve obligado a guardar pruebas de todos los lugares por los que pasa y procurarse todo tipo de justificantes porque su ex esposa le está poniendo continuamente denuncias por violencia contra ella. No le importa que él pueda demostrar cada vez que es mentira. Según la Constitución, él debería ser libre.

En la época franquista hubo elecciones en el Centro Cultural de un pueblo. El que salió elegido presidente dijo: Yo tengo la mayoría, yo hago lo que me da la gana. Había sido elegido de forma democrática, pero él de demócrata no tenía nada. Ese mismo modo de pensar es el que tienen nuestros gobernantes y también los dirigentes de muchos partidos, por no decir de todos. La española es una democracia sin apenas demócratas y no nos damos cuenta de que si la disfrutamos es gracias a los Navalny de turno, que dieron sus vidas por nosotros.


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