Los medios catalanistas que, evidentemente y como vienen demostrando, odian todo lo que tenga que ver con Valencia, ciudad a la que Rita Barberá amó, seguramente, más que nadie, por lo cual intentan involucrarla, ya indirectamente, o bien directamente, con cualquier hecho supuestamente delictivo, se ensañaron cruelmente con ella.
Si los directivos de estos medios tuvieran la mitad de amor al periodismo del que Rita Barberá tuvo a Valencia, en lugar de comportarse como seres viles tratando de ensuciar su nombre, harían otra cosa mucho más digna y sana: señalar a todas las personas que cobran del erario y que formaron parte de las jaurías que la acosaron en su propio domicilio. Eso que hicieron esas multitudes de degenerados, coreando gritos en contra de Rita Barberá, frente a su casa, y haciendo pintadas en el asfalto y en las paredes, no debería haber quedado impune. Todos los participantes, y los que incitaban a participar, deberían haber sido apartados de la política. Esas gentes que fueron capaces de comportarse de modo no deberían poder representar más que a delincuentes, y en ningún caso a ciudadanos honrados.
Eso deben hacer los periodistas que se precian. En lugar de verter insidias que interesan al sectarismo, dar noticias que interesan a los lectores, y procurar que las actuaciones políticas se produjeran con limpieza, para conseguir lo cual se denunciaría el comportamiento infame.
Pero como la lógica dice y la experiencia demuestra, en el catalanismo no hay nada limpio, ni noble, ni decente. El catalanismo embarra el campo desde el primer momento, no respeta ni a los muertos, no siente ninguna simpatía por la verdad, a la que realmente y hablando con propiedad odia, y tampoco le importa pasar por guarro, siempre y cuando haya un nutrido grupo de guarros que aplauda.
Rita Barberá no era perfecta, pero ningún catalanista le llega a la suela de los zapatos.
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