Probablemente ya nadie recuerda aquellos exagerados elogios que se le dedicaban a Casado, aquellas columnas de prensa que lo trataban incluso con fervor. Hace poco, las adhesiones fueron muchas, a pesar de que lo que le hizo a Ayuso fue una villanía, una traición indigna de quien aspira a presidir el gobierno de España, aunque sea habitual entre quienes ocupan el cargo.
Se supone que los políticos se sacrifican por su país durante un tiempo, al cabo del cual vuelven a sus ocupaciones anteriores, pero estas actitudes son propias de quienes pretenden aprovecharse, de ahí la obsecuencia que muestran aunque el líder sea un bellaco.
Casado se suicidó políticamente cuando la moción de censura que presentó VOX. A partir de ese momento sus posibilidades de alcanzar la presidencia del gobierno se le esfumaron por completo. Le irritaba la presencia de VOX, quería que desapareciera, porque le quitaba parte de los votos. Esas rabietas de niño malcriado, aunque se le aplaudieran, diluyeron todas sus opciones, aunque aparentemente estuvo en un tris de que le tocara la lotería.
VOX ocupa el espacio que el PP deja libre. Si en lugar de maldecir su existencia, los populares ensancharan su campo y al mismo tiempo hicieran una oposición más eficaz, es posible que recuperan votantes.
Al final, Casado ha terminado por demostrar que la nobleza de espíritu tampoco es su fuerte. No sabe controlar sus rabietas, tampoco sus celos, puesto que se lo llevaban los demonios cada vez que alguien aplaudía a Ayuso. Señaló como enemigos a quienes debía tener como aliado y, finalmente, cuando pudo comportarse como un señor, no sintió esa tentación, sino la contraria. Cuando alguien le presentó un documento, obtenido sin duda de forma ilegal, debió ponerlo en conocimiento de la fiscalía. Sin embargo, decidió utilizarlo para amedrentar a la víctima de este embrollo y lo que debió de haber ocurrido es que todos los diputados del PP se pusieran de parte de ella, y no ha sido así. De algún modo, ha quedado señalada. Encima.
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