Sánchez se enfada mucho si le llaman dictador, pero la cuestión es la siguiente: «si gobierna como un dictador, se mueve como un dictador y se comporta como un dictador, entonces, ¡seguramente es un dictador!
Piensa, el muy ignorante, que el Rey está haciéndole sombra. Es una perversidad suya, del tamaño de su desorbitado ego, tener a Juan Carlos I fuera de España. Todavía nos permite a sus súbditos decir su nombre. Nombrar a otros personajes que han tenido notoria influencia en nuestro devenir está prohibido. De hecho, Alfonso Ussía se ha tenido que inventar un nombre para referirse a uno de ellos, no vaya a ser que le caiga el pelo y tenga que recurrir al peluquín como Chimo Puig. Y puesto que sin querer y por arte de magia ha aparecido este tipo tan cruel por aquí, y antes de que prohíban decir las cosas que pasan añadiré que Inmaculada Colau y Juan Ribò muestran la misma destreza en el arte de destruir ciudades.
Probablemente, La Codorniz es desconocida para la mayoría de la población, pero en su día fue como un manantial de agua fresca en medio de un desierto. Conviene añadir que una revista como esa no sería permitida en un paraíso comunista. Y existen motivos para ello. Un paraíso es un lugar perfecto, no tienen sentido la burla ni el recochineo.
Volvamos a lo que interesa: era la revista más audaz para el lector más inteligente. Por ejemplo, el pie de la foto con la calzada de una calle llena de baches, fue: «estos son los socavones de los ministros».
O esta otra noticia: «reina en España viento general fresco procedente de Galicia».
Estos de ahora no inspiran ninguna simpatía, no dan pie a gastarles bromas, sino que lo que desea todo el mundo es perderlos de vista.
Al ecologista del Falcon el personal desea hacerle llegar huevos y tomates, pero Marlasca se lo impide.
La Nueva Codorniz tendría que ser simbólica, como prueba del tipo de régimen que vivimos, pero sin motivos para la risa y el regocijo, porque hoy, al contrario que en el tiempo de la original, vamos camino de la miseria.
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