Los cobardes siempre encuentras excusas para justificar su incumplimiento del deber. Si el Cid Campeador, el Gran Capitán, Hernán Cortés o Blas de Lezo, por citar a unos pocos, hubieran sido tan pusilánimes se habrían quedado en casa. Quien acepta un cargo ha de estar a las duras y a las maduras.
Hay que intentar frenar los atropellos de Sánchez y uno de los mecanismos para ello es la moción de censura. Hay que pelearla palmo a palmo, desde que se piensa en ella hasta el momento de la votación. Los diputados socialistas deberían escuchar, en el Parlamento, que se les llama cagones, porque está en juego el bienestar de los españoles y ellos no se atreven a defender a quienes les pagan el sueldo, a quienes han jurado o prometido fidelidad. Son cagones también porque su partido ha cometido una gran injusticia con Leguina, uno de los suyos, y ninguno ha levantado la voz para defenderlo. Todos saben que él tiene razón, pero lo han dejado solo. Ni siquiera Redondo Terreros, que creíamos que era alguien, lo ha hecho. Tampoco Felipe González, el estadista, que sí salió a criticar a los jueces que juzgaron y condenaron a los corruptos responsables del robo de 680 millones. Tampoco Alfonso Guerra ha dicho esta boca es mía. ¿Para qué quiere Leguina pedir el reingreso en el partido siendo eso lo que hay? ¿Para ser compañero de Pachi López y Nadia Calviño?
Todo eso hay que restregárselo a los socialistas en el Congreso, para que sus votantes vean lo que son, para que los observen como votan en plan cordero. Con tal de defender sus sueldos, no les importa fastidiar a todos los españoles.
Hay que explicar también que el voto imperativo está expresamente prohibido en la Constitución, y esto tiene su lógica porque si votan lo que les ordenan no defienden a los ciudadanos, lo cual harían si votaran en conciencia, sino su propia paga. La que les proporciona el escaño.
Esos libros míos
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