Las primeras feministas arriesgaron mucho y bastantes lo pagaron muy caro. Para lograr las simpatías de la sociedad y su apoyo se basaron en unos ideales limpios y nobles. El feminismo era bello y necesario e hizo mucho bien a la sociedad.
Conseguidos
los primeros objetivos fue objeto de deseo de descaradas como Carmen
Calvo o ineptas como Irene Montero, que
al apoderarse de él lo desvirtuaron y convirtieron en
aborrecible.
Y de pronto han aparecido las señoras de Irán a sacarles los colores. Otra vez el riesgo. De nuevo los grandes ideales. Y cuentan con la admiración y el apoyo de muchos de sus compatriotas. El brutal régimen iraní, con el fin de aterrorizar a la población para que cese en sus protestas, está masacrando y matando manifestantes y condenando a morir ahorcados a algunos de ellos. El futbolista Amir Nasr-Azadani ha sido condenado a la misma pena por el simple hecho de haberse manifestado a favor de las mujeres. Dicen quienes le han condenado que ha ofendido a Dios, pero no consta en ninguna parte que Dios se haya quejado. Son ellos los que temen perder su situación de privilegio frente a los demás.
Las que con toda la desvergüenza de que son capaces, y es mucha, siguen autodenominándose feministas hicieron un conato de solidaridad con las auténticas feministas, las iraníes. Fue grotesco y ridículo el de cortarse mechoncitos de cabello. Lo suyo también era defender su estatus, reivindicar su superchería.
Deberían exigir, como ha hecho un joven, que no se juegue la final del torneo futbolístico. Y deberían exigir también que todas las musulmanas que residen en países civilizados se quiten el trapo de la cabeza, en solidaridad con las iraníes, o regresen a sus lugares de origen, y lo mismo a los maridos que les obliguen a llevarlo.
Si el feminismo sirve para algo es para mejorar la vida en el planeta, no para que unas sinvergüenzas presuman de lo que no son.
Esos libros míos
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